La Columna de Venegas: Lágrimas de Turco


 Por: Eduardo Venegas


El sábado anterior en el Staples Center de Los Angeles, California, el ucraniano Vitali Klitschko retuvo el título de los pesos pesados del CMB, contra Cristobal Arreola, peleador mexico-estadounidense. La contienda finalizó en el décimo round, cuando el entrenador de Arreola tiró la toalla, lo que decretó un nocáut técnico. Debido a una cadena de casualidades y contrario a lo que acostumbro, vi la pelea por televisión en un bar local, acompañado de un gran amigo. Si usted está preguntándose qué extraños motivos llevan al autor a iniciar su columna con temas pugilísticos y que nada parecen tener qué hacer en un espacio destinado al futbol, le pido un poco de paciencia, que ya me explico.

Fuera del desarrollo del encuentro -dominado prácticamente en su totalidad por Klitschko- y el resultado, hubo una estampa que se me quedó grabada: al término de la pelea y cuando recién asimilaba su derrota, Arreola rompió en llanto. Aquél hombre, con su 1.95 de estatura y sus más de 100 kilos, sollozaba como niño mientras toda su esquina trataba de reanimarlo. Al menos hasta el último corte comercial, el boxeador de ascendencia mexicana seguía inconsolable. Con esas imágenes me vino a la mente el recuerdo de cierto partido disputado hace más de 10 años, en la liga mexicana.

En aquella ocasión, en el estadio Neza ’86, se enfrentaban los Toros Neza, con el debut de Manuel Manzo como técnico de los locales, contra el Monterrey, dirigido entonces por José Treviño. El partido en general, no ofreció nada fuera de lo común, excepto por un detalle: cuando el marcador se encontraba 2-1 a favor de la visita, en un contragolpe, Antonio Mohamed cruzó a Pablo Larios para poner el tercero en la cuenta de los Rayados y lo que sucedió entonces es algo que nunca antes había visto ni he vuelto a ver. Después de golpear el balón, el “Turco” no detuvo su carrera y se dirigió al banderín de tiro de esquina y cuando la cámara le hizo un acercamiento, su rostro estaba bañado en lágrimas.

Mientras la pelota cruzaba la línea de gol, mil recuerdos deben haberse agolpado en la cabeza del argentino y deben haberle estrujado la memoria de forma tal que, lejos de intentar cualquier festejo ó encaminarse de manera sobria al centro de la cancha, Mohamed dio rienda suelta a todo el sentimiento que la playera del equipo de enfrente de ese día le provocaba. Ese día, el “Turco” no enfrentaba a un rival más ni sólo a su ex-equipo; ése partido significaba para el estrafalario jugador plantarse frente a su propia historia, una escuadra que le dio color y vida al torneo mexicano durante varios años y que se volvió garantía de espectáculo a fines de los noventa. Y en buena medida, aquél equipo le debía su personalidad al mismo Antonio Mohamed.

Los partidos de cabezas rapadas, las goleadas espectaculares -a favor ó en contra-, las liguillas de cabelleras pintadas, el Sub-Campeonato del Verano ’97 contra las Chivas y tantos y tantos momentos que aquél equipo vivió; esa escuadra que dio una identidad distinta a Ciudad Nezahualcóyotl y conquistó aficionados a lo largo de toda la República Mexicana; y en todos esos momentos, Mohamed fue una pieza primordial, con su liderazgo, con su innegable talento, con sus goles mágicos, sus asistencias, sus sociedades con el “Pony” Ruiz, Germán Arangio, el mismo “Piojo” Herrera… todas esas cosas hicieron de Antonio Mohamed un ídolo, una especie de “Pequeño Maradona” de Neza.

Confieso que me estremezco y se me eriza la piel al recordar las imágenes de aquél partido, pues en tiempos en que en el deporte -y en otros terrenos, pero eso no nos ocupa- el dinero se mueve por millones y parece comprar afectos y lealtades de un día para otro y de jugadores que besan el escudo del club al que recién se incorporan, cosas como las lágrimas del “Turco” Mohamed ó la tristeza en la derrota del mismo Cristobal Arreola nos recuerdan que aún hay cosas que siguen sin tener precio y que, como reza cierta publicidad, el dinero no puede comprar.